Las innovaciones científicas nunca fueron tan vanguardistas como en este Siglo XXI.
Aunque las noticias de la ciencia todos los días nos muestran avances en materia de tecnología, salud y bienestar común, cada vez nos sorprenden más.
Durante el siglo XV, la gastronomía europea, particularmente la italiana, comenzó a dividir en filamentos el azúcar con fines decorativos, y a finales del siglo XIX, William J. Morrison y John C. Wharton inventaron la máquina de algodón de azúcar, donde se hacían ya los deliciosos algodones. El mecanismo partía del azúcar sólido vertiéndolo en una tolva con un calentador de electricidad.
La entrada de la tolva pequeña era rodeada por un aro con pequeños huecos y alrededor tenía un gran recipiente de metal muy parecido a una sartén.
Cuando el calor derretía el azúcar se hacía líquida y comenzaba a operar un sistema de hilado construido a partir de los diminutos agujeros que asemejaba un manojo de trapo.
Con la masa de azúcar derritiéndose, las pequeñas piezas ocupan una superficie más grande y con la exposición al frío pasa de estado líquido a sólido de manera instantánea. Es un proceso casi invisible en un primer momento, pero que al ir tomando forma da la satisfacción del éxito. Es entonces cuando ocurre la magia, la telaraña de azúcar se junta en la sartén y se forma el cono de azúcar que, desde hace siglos, da vida a las ferias de los pueblos.
Y aquí es donde aparecen las buenas noticias en la ciencia, pues este mismo procedimiento tiene aplicaciones médicas y clínicas que nadie había visto hasta ahora.
Científicos de la Universidad de Vanderbilt, en Nashville, Tennessee, utilizan máquinas muy similares para desarrollar células y crear tejidos artificiales.
En el Laboratorio de Innovación de Vanderbilt usaron geles que al no ser porosos no pueden ser poblados por células, por lo que los ponen en la máquina para hacer una nube que se disuelve y deja una red de vasos listos para poblarse. Tal como ocurre con los algodones de azúcar.
El éxito consiste en que nueve de cada diez células que fueron creadas en este formato continúan vivas una semana después, en contraste con las 5 o 6 en promedio que se mantienen cuando son fabricadas con un proceso donde los geles no son divididos.
Descubrimientos científicos como estos nos dan dulces esperanzas, tan dulces como el algodón de azúcar, para la generación de nuevos tejidos humanos, que muy largo plazo podrían ayudar a reducir considerablemente el número de transplantes de órganos.
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